Desde el punto de vista normativo, la Convención reconoce al niño como sujeto de derechos y por lo tanto a ser informado en detalle para que pueda opinar respecto a cualquier decisión y situación que lo afecte, sin embargo, al verificar que este proceso no siempre ocurre, el Comité Internacional de los derechos del niño redactó la Observación General #12 para recomendar a los Estados a escuchar al niño y a tener en cuenta su opinión siempre, para la toma de decisiones que lo afecten.
Pero, en la práctica ¿realmente damos libertad al niño para pensar, y expresar sus opiniones en libertad? ¿Libertad para decidir sobre todo lo que tenga que ver con ellos, libertad informada para poder optar?
Hay estudios que demuestran que el niño es capaz de formarse opiniones desde muy temprana edad, incluso cuando todavía no puede expresarlas verbalmente. Por consiguiente, la plena aplicación de estas normas exige el reconocimiento y respeto de las formas no verbales de comunicación, como el juego, la expresión corporal y facial y el dibujo y la pintura, mediante las cuales los niños muy pequeños demuestran capacidad de comprender, elegir y tener preferencias. ¨Libremente» significa que el niño pueda expresar sus opiniones sin presión y pueda escoger si quiere o no ejercer su derecho a participar. «Libremente» significa también que el niño no debe ser manipulado ni estar sujeto a una influencia o presión indebidas. «Libremente» es además una noción intrínsecamente ligada a la perspectiva «propia» del niño: el niño tiene el derecho a expresar sus propias opiniones y no las opiniones de los demás. Para esto, tenemos que saber escuchar atentamente la voz de los niños.
No se puede escuchar eficazmente a un niño cuando el entorno es intimidatorio, hostil, o inadecuado para su edad o su condición. Los procedimientos tienen que ser accesibles y apropiados para los niños. Debe prestarse especial atención al suministro y la transmisión de información adaptada a los niños, la prestación de apoyo adecuado para la defensa de los intereses propios y la debida capacitación del personal. Esto vale no sólo para los niños que gozan de buena salud sino también para los niños discapacitados, ellos son los expertos en su forma de vida; no podemos mejorar los servicios sin incorporarlos. Por esta razón, los encargados de expedir las políticas están comenzando a ver a los niños como socios y agentes para cualificar los servicios. Hay que hacer todo el esfuerzo posible para proporcionarles a los profesionales el conocimiento, el tiempo y el apoyo con el fin de lograr que el derecho a la participación sea ejercido por todos. Igualmente, a los niños y hay que darles tiempo, formación y apoyo para que sean capaces de participar.
Los niños que aprendemos sobre nuestros derechos, aumentamos nuestra autoestima y confianza en nosotros mismos. Asimismo, desarrollamos destrezas para interactuar con pares y adultos tales como: negociar, resolver problemas, compartir soluciones y analizar información.
En los servicios de protección es importante estimular el desarrollo de estas competencias para mejorar la autonomía de los niños. Sin la práctica efectiva de los profesionales día a día, la participación de la niñez no es viable. Además, si los niños han sufrido experiencias repetidas con adultos y no han podido participar efectivamente en los procesos de toma de decisiones, ellos tendrán menos deseos de participar en el futuro y se menoscabará el principio de la participación.
Por otro lado, debemos asegurarnos de que la comunicación con los niños sea ética. Los niños debemos comprender el propósito y la naturaleza del proceso de participación, y saber que su participación es voluntaria. Si su participación no puede ser confidencial y anónima, es necesario explicarles claramente las razones y si hay implicaciones y riesgos posibles, cerciorándose de que la participación no le ha de causar daño a ningún niño. Además, es importante darles a los niños la oportunidad de retirarse en cualquier momento e instruir a los facilitadores sobre lo que deben hacer si ven u oyen algo que cause preocupación por la seguridad de los niños. Se debe contar con procedimientos a los que se puede recurrir cuando surgen problemas, por ejemplo, informando a los niños de por lo menos dos personas a las que pueden recurrir para obtener ayuda y consejo. Asegurarse de que cuando haya que hablarle a un niño individualmente en cualquier ejercicio de participación, se haga abierta y visiblemente incorporando a más de un adulto para evitar contactos sin supervisión.
En síntesis, se requiere que el niño sepa y comprenda: por qué está participando, quién está involucrado, de qué se trata su participación, que ellos pueden escoger no participar o decidir no seguir participando en cualquier momento, que ellos pueden disponer de la información que hayan proporcionado y los resultados de las decisiones que se tomen después del ejercicio y conocer las ventajas y desventajas de participar. El reto es ayudar a los niños a adquirir nuevas capacidades y conocimientos, y generar su confianza en los procesos para la participación activa.
Por: Dilan Zavala
CORIA Chile
Fuentes: https://fundacionapego.org/es/blog/el-derecho-a-participar